EROTISMO EN EL MUNDO ANTIGUO
Actividades homosexuales
representadas en una copa de plata del periodo de Augusto a finales del
siglo I a. de C (Museo de Atenas)
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Este excelente texto es obra de Gloria Garrido
y fue publicado en la Revista
MISTERIOS DE LA ARQUEOLOGÍA Y DEL PASADO
Año
2 / Núm. 16 , 1998
Las fuentes escritas no bastan para conocer una cultura.
Los objetos que nos hablan de su vida cotidiana son imprescindibles a
la hora de sumergirnos en el pasado y poner voz, color y luz a las
historias perdidas. Por ello, a pesar de la abundante literatura
que conservamos de griegos y romanos, tan sólo el arte
erótico de ambas civilizaciones, extraído por la
arqueología de las entrañas de la tierra, nos ayuda a
conocer mejor las costumbres sexuales de nuestros más directos
antepasados, y nos permite recuperar el fantástico legado de un
pueblo que supo vivir entregado al sano placer de satisfacer sus
sentidos.
Obra clásica del arte erótico grecorromano
hallada en Herculano. Representa a Pan, dios de la naturaleza,
fecundando una cabra.
Poco podían imaginar los habitantes de las alegres Pompeya y
Herculano, en aquella esplendorosa mañana de finales de agosto
(79 d. C.) que el Vesubio los sepultó bajo implacables capas de
lava y ceniza, que mil setecientos años después una
civilización puritana y moralista se escandalizaría al
descubrir los objetos de índole erótica que a ellos les
sirvieron para solaz y regocijo. Cuenta C. W, Ceram, en "Dioses,
tumbas y sabios" que, hacia 1760, cuando los primeros hallazgos
arqueológicos de este tipo comenzaron a surgir de las
entrañas de la tierra, el rey Carlos de Borbón "de ideas
mezquinas y extrañado ante una escultura que representaba un
sátiro emparejado con una cabra, hizo mandar todas aquellas
obras inmediatamente a Roma y encerrarlas".
Afrodita, Eros y
Pan, en un marmol
del siglo I a. de C. (Museo de Atenas)
Los maestros ingleses de la época victoriana tuvieron
una reacción similar y preferían no mostrar a sus alumnos
las estatuas desnudas de los grandes escultores griegos y romanos, con
tal de no correr el riesgo de pervertirlos, aun cuando sus
discípulos quedaran con esa laguna en su aprendizaje.
También sufrieron lo suyo los sesudos y eruditos
filósofos que, ante la numerosa cerámica hallada en
Grecia del periodo arcaico (800 a 480 a. de C.) con explícitas
escenas de pederastia, se vieron obligados a conjugar su
admiración por grandes filósofos griegos como
Sócrates o Platón, con la idea de que ambos mantuvieron
relaciones sexuales con jovencitos.
Y es que una cosa era descubrir en los monumentos de la India que los
orientales estaban muy versados en posturas sexuales, y otra muy
distinta reconocer que nuestros más directos antepasados
rendían culto a la belleza y el erotismo sin ningún
recato, además de practicar la pederastia. Nuestra
mentalidad judeo-cristiana, que considera el sexo como algo pecaminoso,
hace que todavía en la actualidad, aunque cada vez menos, se
separen en algunos museos los objetos con representaciones
eróticas del resto para no herir la sensibilidad de ciertos
visitantes.
Y, sin embargo, es imposible acercarse a las costumbres y
psicología de civilizaciones pretéritas como la griega y
la romana, sin tener en cuenta las escenas eróticas reflejadas
por doquier, tanto en utensilios cotidianos, vasijas, platos,
lámparas de aceite o espejos, corno en estatuas y objetos de
culto religioso. Ahora bien, para juzgar todo este material de
forma objetiva hay que entender primero que la sexualidad no fue
considerada en la antigüedad clásica algo pecaminoso y
contrario a la espiritualidad, corno ocurrió más tarde en
las sociedades cristianas. Al contrario, fue canalizada en
diferentes formas de expresión y tratada con humor y sentido
común.
En segundo lugar, no todos los objetos o estatuas grecorromanas con
motivos eróticos tenían como propósito la
excitación
sexual. Precisamente, muchas de los motivos que resultaron
obscenos
a los primeros investigadores están en realidad relacionadas con
las creencias religiosas del mundo clásico. Como en otras
muchas culturas de la época, el culto a las divinidades de la
fertilidad, a las que se representaba con ostentosos símbolos
sexuales, tenía
una especial importancia en las religiones griega y romana.
Así,
el sátiro que escandalizó a Carlos de Borbón no
era
sino el dios arcadio Pan, espíritu vital de la naturaleza y la
fecundidad,
adorado por los pastores y labradores argivos. Tanto él
como
otras deidades menores, como sátiros y silenos, y más
tarde
Dionisos, eran representados a menudo como machos cabríos,
animales
muy fecundos asociados desde tiempos antiquísimos a los
espíritus
del bosque y la vegetación. Las múltiples aventuras
de Pan con las nereidas, a las que solía pillar por sorpresa
mientras
reposaban en alguna fuente, engrosaron las leyendas de labriegos y
ganaderos,
los cuales también creían que Pan tomaba a veces la forma
de un pastor bellísimo que con el sonido de su flauta,
hacía
prosperar los ganados; si bien, en ocasiones, su sola presencia
provocaba un miedo irresistible conocido como "pánico". Su
culto se extendió hasta la Argólida y acabó
asimilado
por el fanático culto a otro dios de la fertilidad: el
célebre
Dionisos; Baco para los latinos. Este célebre dios del
vino
toma a veces forma de toro, animal que encarnó en toda la Europa
septentrional el espíritu del grano; y en otras ocasiones es
representado
como un adulto barbado y vestido, o un niño que el dios Hermes
sostiene en sus brazos. Aunque desde que Praxíteles
decidiera
representarlo como un joven de bella figura desnudo suele aparece de
ese
insinuante modo en el arte. De las bodas ornitológicas de
Dionisios y Afrodita nació nada menos que Príapo, el dios
de los jardines y rebaños, perpetuamente "empalmado", y muy
afín
a su padre en cuanto a su contenido simbólico, así como a
su antepasado Pan por su lujuria e insaciable avidez sexual.
Como era de esperar, las fiestas, dramas y comedias, celebradas en
honor a Dionisos estaban caracterizadas por el erotismo.
Así,
durante las "orgías" o "bacanales", celebradas la noche del
solsticio
de invierno, hombres y mujeres se disfrazaban de sátiros, ninfas
o bacantes, y de esta guisa, como dice Juan Eslava en su libro "Amor y
sexo en la antigua Grecia" (Ver reseña en la sección
"Hilo
de Ariadna" de esta misma revista): "más de uno se
atrevía
a indagar en inéditos caminos de la sexualidad que en
circunstancias
normales nunca hubiera soñado recorrer". En medio de
danzas
salvajes, y la disipación mental provocada por la arrebatada
música
de flautas, y el consumo de embriagadoras bebidas, especialmente el
vino,
los devotos de Dionisos alcanzaban un estado de éxtasis durante
el que imaginaban que el mismo Dionisos entraba en sus cuerpos, o
creían
verle. Una experiencia que contribuía a creer en la
existencia
del espíritu y la inmortalidad; y culminaba normalmente con la
comunión ritual de carne cruda de un animal despedazado que
representaba al dios. No hay que olvidar que Dionisos era
también dios de las almas y
su protección abarcaba todo el ciclo de la vida:
procreación,
muerte y resurrección.
Dioses enamorados de los mortales
Por otra parte, la iconografía relacionada con este
dios estaba
asociada a grandes falos. Uno de ellos, enorme, era llevado en
procesión durante las phallephória, otras fiestas
dionisiacas celebradas entre febrero y marzo, y seguido por familias
enteras de devotos, cada uno de los cuales portaba a su vez un
pequeño falo en la mano a modo de
cirio. Muchas otras eran las fiestas que se celebraban en la
antigüedad
en honor a otras deidades de la fertilidad, entre ellas las Afrodisias
de Egina y Corinto, durante las que las heteras, prostitutas de lujo,
bajaban
sus tarifas; o las celebradas en honor a Adonai en Roma. En
cualquiera de ellas es evidente la pervivencia de antiguos ritos
neolíticos
propiciatorios de fecundidad, como el enterrar órganos sexuales
marcados, o recitar obscenos poemas etcétera. Como es
lógico,
este tipo de fiestas y cultos religiosos a la fertilidad y la
sexualidad,
dio lugar a la creación y utilización de objetos
eróticos
de contenido poco claro para los cristianos del siglo XVIII.
Aunque,
en realidad, se puede pensar que los puritanos eruditos que tuvieron
que
enfrentarse a la tarea de explicar al mundo el significado de lo que la
arqueología fue descubriendo en los dos últimos siglos,
tenían
el camino allanado, pues era de dominio público que, como dice
Juan
Eslava: "Desde los tiempos de Homero y Hesíodo, los mitos
griegos
crecieron hasta formar un intrincado culebrón en el que los
enredos
de cama predominan sobre el resto de las humanísimas pasiones de
dioses y héroes". Las leyendas relataban una y otra vez
como
dioses viriles se enamoraban perdidamente de las mujeres mortales y las
raptaban, rescatándolas así del aburrido trato que sus
maridos,
ocupados en otros asuntos, las prodigaban. Y ¿qué
hombre
se habría atrevido a castigar al divino ser que mejoraba
además
su descendencia de ese modo? Zeus, empeñado en dar
ejemplo,
recurría a engaños de todo tipo para seducir a sus bellas
víctimas. A menudo se transformaba en toro, cisne o lluvia
de oro. Incluso no vacilaba en alterar las leyes del universo
para
propiciar sus hazañas amatorias, como cuando se acostó
con
Alcmena, madre de Hércules, y ordenó que el Sol no
saliera
en tres días para que la romántica noche durara setenta
y dos horas. Pero, cuando la arqueología tomó
impulso
y empezó a desenterrar otras fuentes distintas a las literarias,
los eruditos quedaron atónitos al ver como las leyendas cobraban
vida en forma de sugerentes estatuas de mármol resplandeciente,
o se plasmaban en cuerpos desnudos dibujados con finos trazos, y sin
ningún
pudor, sobre la arcilla de las vasijas. Aunque, dejando a un lado
los objetos de culto religioso, ya de por sí bastante
exagerados,
si algo realmente escandalizó al mundo decimonónico fue
el hecho de confirmar lo que Platón había sugerido con
hermosas
palabras en "El banquete". Es decir, que la pederastia era una
institución en la antigua Grecia, algo corroborado por las
abundantes escenas eróticas que decoran la cerámica
usada, especialmente en el período comprendido entre los
años 570 y 470 a. de C., por las clases acomodadas. En
gran cantidad de estos vasos pintados se puede ver a un hombre adulto
acariciando a un efebo mientras éste toca respetuosamente la
barba
del hombre. Pues bien, esta imagen considerada hoy como algo
perverso,
resulta estar reflejando un comportamiento ritualizado en la sociedad
ateniense, sobre todo entre los intelectuales y militares. No
resultaba
extraño que un hombre adulto se sintiera atraído por la
belleza
física de un adolescente, de hecho los gimnasios, donde los
jovencitos
se ejercitaban desnudos, eran muy frecuentados por hombres
mayores.
Sin embargo, aunque permitida por la sociedad y los padres, la
relación
entre un joven y un adulto debía observar ciertos
requisitos.
El niño no podía tener menos de doce años ni
más
de dieciocho, y el adulto tampoco podía ser mayor de
treinta.
Además tenía que conferir varios beneficios a su
protegido:
regalos, status social, educación en varios campos...
quizá
más de lo que un padre puede dar a su hijo, o un maestro a su
pupilo.
El precio que el efebo pagaba era su esclavitud sexual. La
mitología
griega muestra sin tapujos parejas pederásticas como Aquiles y
Patroclo,
Gamínedes y Zeus. Se dice también que
Sócrates,
Platón, Sófocles, incluso Julio Cesar, practicaron la
pederastia
de mayores y de jovencitos. Aunque hacia el final de su vida
Platón
definió el amor homosexual como contrario a la naturaleza.
Según la moderna antropología este
tipo de
relación
correspondía a un rito de paso en el que el muchacho, antes de
integrarse
en la sociedad, ha de sufrir un noviciado iniciático por parte
del
adulto que hace las veces de tutor y amante. Los mismos griegos
creían
que esta institución provenía de Creta, donde los adultos
secuestraban en un rapto ritual y simulado a los adolescentes para
devolverlos
a sus familias, al cabo de dos meses, cargados de regalos. El
secuestro
ritual cretense fue imitado en otros lugares de Grecia como Corinto o
Tebas. Aunque en esta última ciudad se decía que
tal
costumbre se originó con el mítico secuestro realizado
por
el rey Layo sobre Crisipo, hijo de Pélope. En cualquier
caso,
nadie tomaba estos raptos como una deshonra y los jóvenes
secuestrados
no se ocultaban sino que recibían tratamiento honorífico
y se les cedían los mejores lugares en bailes y carreras.
Incluso llevaban una prenda especial, que a veces era un vestido de sus
protectores, para que se les distinguiera.
Zeus ordenó que el sol no saliera en tres días
para que
su noche de bodas con Alcmena
durara setenta y dos horas
Avergonzados por tales costumbres algunos eruditos han
pretendido, sin embargo, que las pinturas en que se ve al adulto
regalando a un adolescente una liebre u otro animalito, o conversando
con él, son escenas de caza, pero en realidad los dibujos en
cerámica muestran con precisión todos los pasos
que constituían parte del cortejo formal que el adulto
debía
seguir para hacerse querer por el joven. Este a su vez, como
también
se puede ver en las cerámicas, se hacía valer, lo mismo
ocurre
aún con algunas mujeres, despreciando simuladamente los
regalos.
El puritanismo y los condicionamientos culturales interpretaron
también
otras imágenes en las que se ve al adulto copulando entre los
muslos
del adolescente como una pareja de luchadores enzarzados en una llave
de lucha grecorromana.
Sátiro
y Ménade, fresco de la Casa
de los Epigramas de Pompeya
Y los hay aún más "estrechos de miras", como el
arqueólogo sir Kenneth Dover, que descarta por completo la
penetración anal entre adulto y adolescente, alegando que hay
escasas representaciones sodomíticas entre las miles de escenas
amorosas que la cerámica griega nos ha legado.
Quizá tenga razón, aunque tampoco hay escenas de hombres
copulando con sus esposas, cuando se representan coitos heterosexuales
las modelos femeninas son siempre heteras o prostitutas, y sin embargo
los griegos también copulaban con sus mujeres a juzgar por su
numerosa prole. Sólo a partir de los años cincuenta
de nuestro
siglo algunos autores comenzaron a admitir que la pederastia fue
extensamente
practicada en Grecia ya antes de los dorios, y que en el siglo VI era
una
institución. Curiosamente, sin embargo, entre los
dieciocho
y veinticinco años, los hombres debían abstenerse de toda
actividad pederástica. Para evitar las tentaciones las
leyes
determinaban que las personas entre esas edades se abstuvieran de
frecuentar
el gimnasio (prohibido expresamente en una ley de Borea, como consta en
una estela del siglo II. Se pretendía así que
estuvieran
más inclinados a los roles sexuales activos.
Misoginia y culto a la belleza
"Tenemos a las heteras para el placer, a las concubinas para
el uso
diario y a las esposas para criar hijos"
No obstante, la institución pederástica
degeneró
en el siglo IV cuando los efebos empezaron a comportarse como heteras
reclamando
regalos caros. A partir de Aristóteles, la pederastia fue
perdiendo partidarios entre los pensadores hasta hacerse detestable
para
los cínicos, estoicos, epicúreos etcétera, aunque
nunca faltaron partidarios especialmente entre los poetas, pintores y
militares.
Frente a toda este aluvión de imágenes
homosexuales reflejadas
en la cerámica griega, las escenas de homosexualidad femenina,
en
cambio, son mucho más escasas en todo el arte
grecorromano.
Tampoco el arte griego, tan minucioso en la representación de
los
genitales masculinos, manifestó gran interés por retratar
los femeninos, aunque aparecen algo idealizados en muchas vasijas
corintias.
Y es que todo lo relacionado con la mujer, sobre todo con la mujer
madre
y esposa, fue apartado en el mundo heleno del arte y la vida
pública.
Venus
en el baño
La misoginia generalizada tuvo su origen quizá en
épocas
matriarcales en las que el hombre fue relegado a una posición
subalterna,
lo cierto es que el desprecio hacia las mujeres fue un componente
frecuente
de la vida helena, tal y como lo demuestra la comedia ática y el
teatro de Eurípides del que Sófocles llegó a
decir:
"Abomina de las mujeres en sus tragedias, pero en la cama le
encantan".
Y es que el prejuicio antifemenino no incluía el no acostarse
con
féminas, sino que se dirige sobre todo contra el
matrimonio.
Los hombres solían casarse a partir de los treinta años
para
procrear, pero no solía suceder que hubiera deseo sexual dentro
del matrimonio. El griego sentía por la esposa amistad,
cariño, pero no pasión. Era muy raro que existiera
el amor conyugal y normalmente las bodas se concertaban de
antemano. El hecho de
que las mujeres tuvieran que aportar una dote al casarse, con la que
prácticamente compraban al marido, habla de lo poco que les
apetecía a los varones tomar esposa. Además, cuando
ésta era más rica que ellos corrían el riesgo de
que les saliera respondona, algo
intolerable en una cultura tan masculina, como demuestran los
desagradables
epítetos tales como "perra", "cerda" o "lamia", término
este
último que designa un demonio chupador de sangre, utilizados
para
designar a las mujeres dominantes.
La lista de defectos que se achacaba en general a las esposas
no era
pequeña. Plauto las acusaba de derrochadoras y
dicharacheras;
y a pesar de que la virginidad era requisito exigido a las novias, que
de ese modo demostraban su virtud, los hombres estaban convencidos de
que
la mujer era incapaz de dominar su libido y podía poner en
peligro
el honor del marido. Por eso permanecían recluidas
en
el hogar, sobre todo las de clase alta, ya que las pobres tenían
que salir a trabajar. Esto fomentaba el contacto con los hombres
y al mismo tiempo convertía a las mujeres en seres
ignorantes dedicadas tan solo a sus quehaceres
domésticos y maternales. Y sin embargo, que nadie se llame
a engaño,aunque como decía Estobeo: "una esposa es
un peso muerto en la vida de un hombre", fuera del tálamo los
hombres frecuentaban con asiduidad a concubinas y sofisticadas heteras,
mujeres libres que, a diferencia de las prostitutas vulgares,
tenían un solo amante. "Tenemos las heteras para el
placer; las concubinas para el uso diario y las esposas para criar
hijos y cuidar la casa", dice Demóstenes en Contra Neera.
Las heteras eran además mujeres cultivadas, asistían a
banquetes y conversaban de temas filosóficos. Algunas como
Aspasia, la mujer de Pericles, o Herpilís, con la que
Aristóteles tuvo a su hijo Nicómaco, se convirtieron en
mujeres muy influyentes. Otras de extremada belleza, como
Friné, inspiraron al escultor Apeles su "Afrodita saliendo del
mar".
Réplica de una antigua obra del escultor Timothéos
(siglo
V a. de C), que se halla en el Museo del Capitolio en Roma y representa
a Leda copulando con el cisne.
Prostitución sagrada
Por supuesto, también había prostitutas humildes
que cobraban
un óbolo por sus servicios; unas mil pesetas de ahora.
Algunas
salían a la calle en busca de clientes, para lo cual utilizaban
el curioso método de imprimir en la suela de su sandalia la
palabra
"sígueme", imprenta que quedaba grabada con facilidad en el
barro.
Sin embargo, en los tiempos más arcaicos la prostitución
se ejercía únicamente en los templos con una finalidad
religiosa
que luego se fue perdiendo. Este tipo de prostitución
sagrada
tuvo su origen en India y Babilonia. Se sabe que todas las
babilonias
debían sentarse una vez en la vida en el templo de Afrodita y
unirse
con el primer forastero que les echara dinero en su falda y dijera: "Te
llamo en nombre de la diosa Milita"; nombre asirio de la diosa
Afrodita.
Cualquiera que fuera la cantidad de dinero ofrecida, la mujer no
podía
rechazar al forastero, y tampoco podía irse a su casa hasta no
haber yacido con uno, así que las guapas regresaban a pronto a
su
hogar, pero las feas podían pasarse hasta tres y cuatro
años
en el templo.
Este tipo de institución estuvo implantado en una u otra forma
en Asia Menor, Persia y Egipto. Los armenios devotos de Anahita
ofrecían sus hijas vírgenes a la diosa para que
ejercieran como prostitutas hasta el día de la boda: "Y a
ningún hombre les parece deshonroso desposarlas después",
escribió Estrabón en su Geografía. Griegos y
romanos heredaron estas costumbres,
y Afrodita Porné, "la Prostituta", tuvo numerosos santuarios en
Chipre, Abidos y Corinto. También se la veneró en
el
monte Eryx, en Sicilia, bajo la advocación de Venus
Ericina.
Solón instituyó además los prostíbulos de
forma
que "el oficio más viejo del mundo" generara unos
impuestos.
Medida democrática y saludable que permitió, con las
ganancias,
construir en Atenas el templo de Afrodita Pandemos, patrona de las
prostitutas.
Las riquezas que generaba el comercio sexual eran tales que
según Estrabón, el templo de Afrodita en Corinto
mantenía a más de mil mujeres dedicadas a la diosa.
Las muchachas atraían
muchedumbres de forasteros que gastaban su dinero alegremente. De
ahí el proverbio: "No todo el que va a Corinto saca
ganancia".
La prostitución sagrada se mantuvo en esta ciudad portuaria
hasta el año 146 a. C. en que fue destruida por los romanos.
Sin embargo, y a pesar de la demanda sexual que había de mujeres
fuera del matrimonio, y dejando a un lado las maravillosas, pero
escasas, Venus que nos han llegado de los escultores del mundo
clásico, es preciso señalar que el ideal de belleza de
los artistas helénicos no estaba precisamente en las formas del
cuerpo de la mujer, sino más bien en el cuerpo de los
adolescentes curtidos por la vida al aire libre y el ejercicio.
La belleza casi inaprensible, por lo efímera, de estos efebos,
cuyas formas aún inacabadas les confieren un aire ambiguo, fue
la ensalzada por los escultores grecorromanos.
Notable modelo escultórico de belleza juvenil fue Antinoo,
hermoso joven amante del emperador Adriano, que tuvo la desgracia de
morir ahogado
en el Nilo. Desconsolado por su perdida, Adriano lo elevó
a la categoría de héroe, acuñó monedas con
su efigie y puso a numerosas ciudades el nombre de Antinoopolis.
La gracia y apostura de los efebos conmovió tanto a los griegos
que los decoradores de cerámica masculinizan la figura de la
mujer para acercarla al canon de belleza de sus clientes.
Epístenes, conmovido, intercedió ante Jenofonte
por la
vida de un mancebo convicto y condenado a muerte, únicamente
porque
era bello.
Más inquietantes pero también muy hermosas son
en este
sentido las estatuas y pinturas del periodo helenístico que
representan
al Hermafrodita, un ser mitológico con cara de mujer y genitales
masculinos, de enigmática belleza. En el arte romano hay
también numerosas escenas en las que el dios Pan toma la forma
de
una ninfa dormida de espaldas, pero deja ver sus genitales masculinos
dormidos,
adquiriendo así también una constitución
hermafrodítica.
En otros casos hay sátiros gozando de relaciones sexuales con el
Hermafrodita. "El arte clásico, ha escrito Juan Eslava, es
excelente creando monstruos con elegancia y convicción, y este
es
uno de ellos". Podría parecer que este fascinante ser
está
hecho para complacer a hombres que gustan de las formas femeninas y
prefieren
genitales masculinos, pero el prodigio de un cuerpo así
podría
estar muy bien representando al dios Eres, que en tiempos arcaicos fue
llamado Fanes y era homosexual. El Hermafrodita también
podría
estar haciendo referencia al mito platónico que asegura que en
el
principio de los tiempos cada cuerpo humano aunaba en él los dos
sexos. Un mito reflejado asimismo en otras estatuas que nada
tienen
que ver con el Hermafrodita, como las que conmemoran los amores entre
Leda, transformada en oca, y Zeus, convertido en cisne, mística
unión de dos aves que simboliza la completa simbiosis de los dos
amantes.
La belleza que contienen todas estas estatuas, cualquiera que sea su
propósito y simbolismo, nos habla sobre todo de la
admiración
que cualquier cuerpo bello, de hombre o mujer, despertaba en los
griegos.
Ante la cercanía de unas formas perfectas, se desataba en ellos
una pasión incontrolable, una locura divina de la que
hacían
responsable a Eres, hijo de Afrodita que cargaba sus flechas con el
veneno
de la atracción física hacia la otra persona. A
veces
la atracción era tal que se intercedía por alguien ante
el
juez tan sólo por su belleza. Epístenes
intercedió
ante Jenofonte por la vida de un mancebo condenado a muerte sólo
porque era bello. También la hetera Friné fue
absuelta
cuando su abogado le arrebató de un manotazo la túnica
para
que el juez contemplara su cuerpo. En la belleza no cabía
maldad. "Lo que es bello es querido" escribió la poetisa
Safo
de Lesbos. Mientras la admiración por los cuerpos
perfectos
que los atletas exhibían durante los juegos olímpicos
hizo
que se organizaran concursos de belleza femeninos y masculinos, como
réplica
de los certámenes de los dioses.
Erotismo y placer
Esta actitud hacia el placer proporcionado por la
estética describe
muy bien el carácter hedonista del pueblo mediterráneo,
siempre
dispuesto a dejarse llevar por los sentidos. Quizá por
ello,
en tiempos de Homero, la palabra griega para amor designaba no
sólo
el deseo sexual sino el apetito de comer y beber, y servía para
describir cualquier impulso relacionado con el placer de la vida
(idoní). Un temperamento así es propio de una raza
sensual que canta a la vida y especialmente al amor. El
filósofo Empédocles
decía que en los tiempos más remotos, la humanidad
veneraba
a la diosa del amor y estaba tan libre de hipocresía que las
leyes
parecían hechas para que el individuo disfrutara de la vida, no
para amargársela. También, Píndaro, sin
cortarse
un pelo, decía que en primer lugar hay que buscar la felicidad y
luego la reputación. En el marco de esta filosofía
es lógico que cobrara especial importancia el simposio o
banquete,
una institución masculina que congregaba a los amigos para beber
ceremoniosamente. De algunos salieron tratados de
filosofía;
pero otros sólo aspiraban a la diversión y
expresión
vitalista de la alegría. Los invitados eran recibidos por
esclavos que los coronaban con guirnaldas de hiedra, los descalzaban y
lavaban los pies. Luego los conducían al comedor donde se
reclinaban en divanes en tomo a unas mesas bajas con manjares.
Cuando
todos se habían saciado llegaba el vino. Lo ideal es que
el
encargado de organizar el banquete mantuviera a todo el mundo en el
punto
óptimo de su euforia etílica. La cultura del
"termino
medio" exigía que no estuvieran demasiado alegres, ni demasiado
melancólicos, para no arruinar la fiesta. Para ello se
aguaba
el vino. Beberlo sin rebajar era, según Homero, "beber a
lo
bárbaro". Y Platón también recomendaba
beberlo
moderadamente porque en exceso "hace aflorar los malos instintos".
En una cultura así, el erotismo franco había de ocupar un
espacio fundamental en la vida cotidiana. Es por ello que,
además de las esculturas religiosas, se han hallado tantos
objetos eróticos cuyo propósito principal era la
estimulación sexual, o provocar
la risa y el alborozo. Ese tipo de ilustraciones es propia de las
vasijas decorativas, tanto entre los griegos como los romanos, y
muestra
sobre todo escenas de copulación heterosexual. En la
decoración
de la cerámica griega, de los años 425 y 388 a. de C., se
pinta sobre todo a la pareja de pie y el hombre situado a la espalda de
la mujer, poniendo de manifiesto la fascinación helénica
por el trasero y sus movimientos, pero los griegos conocían
todas
las posibles posturas del amor, como lo demuestra que con el tiempo
desarrollaran
un vocabulario especializado para referirse a ellas. Así,
"el gatito" designaba el acto sexual con el hombre y la mujer de
pie.
"La grulla" describía cuando ella levanta las dos piernas;
mientras
que el quedarse ambos de pie con la mujer, de espaldas al hombre y
apoyando
las manos en el suelo se llamaba "dejando pastar la oveja".
Aristófenes nombró doce posturas sexuales fundamentales
en un pasaje de "Las ranas", llamándolas "las posiciones de
Cirene", aunque los griegos
conocían muchas más. Un manual célebre que
recoge
muchas de ellas es el atribuido a la hetera Elephantis, a la que alude
el historiador Suetonio al hablar de los vicios del emperador Tiberio
en
Capri. En el Renacimiento italiano, la imitación de los
libros
de posturas griegos dio lugar a otros manuales como I modi;
colección
de dieciséis láminas que reproducen otras tantas posturas
sexuales acompañadas de los sonetos explicativos de Pietro
Aretino.
Se cuenta incluso que existe también un catálogo de
posturas
homosexuales que se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Vaticana.
También el arte romano, en el que abundan menos las
escenas de
homosexualidad, aparte de algunas lámparas con escenas sexuales,
parece que el tema fue tratado de forma más humorística,
nos ha dejado numerosas escenas de actividad heterosexual,
diseñadas
sin duda para dar alas la imaginación de los clientes en los
prostíbulos o de los convidados a los banquetes, a los que
también asistían heteras. En definitiva, de las
fuentes materiales que la arqueología nos ha proporcionado
podemos concluir sin ninguna duda que los hombres que vivieron hace
más de dos mil años en nuestro familiar
Mediterráneo no tenían el miedo al pecado sexual que
ahora
tenemos nosotros, Y de su cerámica, cuya decoración
reproduce
escenas masturbatorias muy notables, se deduce también que el
autoplacer
les parecía un desahogo cómodo y natural.
Existen raras alusiones directas a la masturbación femenina,
pero parece que griegas y romanas usaban mucho del consolador
(ólisbos) cuya presencia es común en las ilustraciones de
cerámica. Así, en un cuenco de Panfeo,
perteneciente a las colecciones del Museo Británico, se ve a una
hetera desnuda que sostiene dos ólisbos. Y en otro,
procedente del taller de Eufronio, se ve una dama que se introduce en
la vagina uno de estos artefactos.
Un objeto ovoide, visible en las cerámicas, y que lleva la mujer
en la mano es una aceitera, que servía para lubricar el falo.
Algunos han querido ver en estas escenas las fantasías sexuales
del varón, principal autor y consumidor de esta cerámica
pornográfica. Ya se sabe que el hombre arrastra el
prejuicio
machista que lo lleva a asociar el placer femenino con el falo, pero lo
cierto es que en Mileto existían numerosos y reputados
fabricantes
de consoladores que exportaban sus productos a todo el mundo griego y
también al bárbaro. Mientras que de la
masturbación
lésbica digital sólo se ha hallado un testimonio
pictórico
en una copa del genial pintor Apolodoro (fechada hacia el 500 a. de C.)
que se encuentra hoy en el museo arqueológico de Tarquinia.
Como no podía ser de otra manera en un pueblo que ama el placer
sexual, los griegos eran totalmente contrarios a la castración,
practicada por los pueblos orientales y adoptada después por los
romanos. En cambio, apreciaban mucho el órgano masculino
bien
formado, como se desprende de la cerámica. Y
también
veían con extrañeza a los pueblos circuncisos como
egipcios,
orientales y semitas. Ellos admiraban el prepucio largo, porque
permitía infibularlo, una operación bastante frecuente
que consistía en echar el prepucio para adelante lo que diera de
sí para atarlo con una cuerdecita o una banda como si se tratara
de la boca de un saco. Los atletas practicaban la
infibulación para evitar un descapullamiento accidental, lo que
podría desgraciar el delicado glande. En algunas pinturas
aparecen sátiros infibulados, pero se trata de un chiste, ya que
los sátiros no hacen deporte y siempre están en
erección. Entre los romanos la infibulación era
utilizada con fines distintos. Algunos amos celosos gustaban de
instalar
un pasador o anilla fija en el prepucio de sus esclavos
domésticos
en edad de merecer para evitar que pudieran copular con el ama, hijas o
esclavas de la casa. Es seguramente uno de los antecedentes
más
claros de lo que hoy se conoce como “piercing”.
La actitud desinhibida de los pueblos grecorromanos frente al sexo
está presente en todas las comedias de Aristófanes,
plagadas de situaciones picantes que hacían las delicias del
público, pero no hay que ver en la práctica abierta de la
sexualidad ningún tinte de perversión. Como en
cualquier sociedad probablemente hubo sus excepciones, pero
culturalmente ni siquiera el incesto fue normal entre griegos y romanos
como lo fue entre egipcios, aunque hay que distinguir entre el incesto
de los dioses y semidioses y el de los humanos. El de los primeros
no se censuraba porque ocurría en un plano sobrenatural.
Aunque en el siglo V se produjeron algunos matrimonios entre hermanos
de familias muy ricas para no dispersar la herencia, pero estas uniones
eran sólo burocráticas y fueron objeto de censura social
hasta que desaparecieron.
Este era el mundo en que vivían romanos y griegos. Un
universo en el que la sensualidad tenía su lugar tanto en la
religión, como en el arte, la comida o las reuniones entre
amigos, y podía expresarse sin cortapisas. Hacia el 300 a.
de C. en el periodo de decadencia griega, cuenta Plutarco que los
navegantes oían una voces misteriosas en alta mar anunciando la
muerte del dios Pan. Su desaparición presagiaba la muerte
de los dioses y el advenimiento de una nueva era cuya llegada espantaba
al mundo clásico. Las duras luchas del cristianismo contra
el paganismo acabaron sepultando las costumbres dionisiacas bajo un
manto de hipocresía más espeso que el que la lava de
ningún volcán pueda construir. Habrá que
desescombrar mucho para encontrar el manantial de vida que los griegos
y romanos supieron ver en la sexualidad y dejar que brote la fuente
inagotable del placer.
FALOS: AMULETOS
CONTRA EL MAL DE OJO
Entre los griegos y romanos, así como Egipto y babilonia, el
falo, como este ejemplo romano que aparece en la foto, fue considerado
como un poderoso talismán propiciador de abundancia, fecundidad
y buena suerte. Ello explica que durante las fiestas primaverales
en honor de los dioses de la fecundidad y la vegetación, el falo
fuera llevado en procesión para atraer la fecundidad de la
naturaleza sobre las cosechas y animales.
Asimismo fue considerado como un infalible amuleto que
protegía contra las miradas envidiosas, portadoras del mal de
ojo.
Los falos colgaban también en los dinteles de las
puertas contra los malos espíritus, y eran asimismo dibujados en
las paredes exteriores de
las casas, incluso en las aceras frente a las puertas, o en las
obras
públicas, como acueductos, termas, vías o en los puentes
con la
finalidad de que estos edificios fueran protegidos del ataque de
enemigos
o de la destrucción provocada por las inclemencias del tiempo y
los elementos naturales. Según la historiadora Ana
María
Vázquez Hoys, que ha sistematizado en un ensayo la
tipología
de amuletos fálicos en España, es posible ver estos falos
Protectores pintados en nuestro país. En algunas obras
romanas
como las murallas de Ampurias y Cástulo, así como en el
puente romano de Mérida. En esta misma ciudad de los
Milagros,
en su arco central. Y También los hallamos en sillares de
edificios en Clunia, Córdoba, Usama y Caparra; así como
en
lámparas en Tarragona y Bucellas, sin olvidar los botijos de
Andalucía cuyo pitorro es un falo.
A la izquierda, vaso de cerámica monocromo, decorado en relieve
con una escena erótica, y hallado en Arezzo (Museo
Arqueológico de Barcelona).
Zoofilia, sadismo, exhibicionismo
La tapa de bronce (s. I a.de C.), que vemos en la
ilustración
de la página siguiente, nos hace pensar en un mundo de gustos
eróticos refinados que bien pudieron haber caido en la
depravación. Y ciertamente, en Roma y en Alejandría
la degeneración sexual se extendió como la
pólvora. Ahora bien, en toda la historia de la Grecia
antigua, ni siquiera buscando con lupa, aparecen tantos casos de
desviaciones sexuales como tenemos en la actualidad.
Es cierto que existen indicios de flagelación en ciertos cultos
religiosos, como los latigazos que se aplicaban a los jóvenes
espartanos
ante el altar de Artemis Ortia. Pero, el masoquismo brilla por su
ausencia. También el travestismo, si exceptuamos el
episodio
mitológico en que Onfale, reina de Lidia, hace a Hércules
vestirse de mujer y realizar labores domésticas. Y no se
les
puede acusar de exhibicionistas por más que se mostraran
desnudos
en gimnasios y baños, pues también eran pudorosos.
Ulises en la Odisea, (VI, 128 y 129) se cubre apresurado sus
vergüenzas
ante la cercanía de Nausicaa y sus esclavas.
Por otra parte, aunque en algunas fábulas y vasijas
vemos vemos
a mujeres copulando con burros o cerdos, es posible que estas escenas
no
demuestren hábitos eróticos extendidos y se trate solo de
imágenes pornográficas dibujados por el artista para
deleite
de caprichosos clientes. Si bien en la mitología
encontramos
el caso de Pasifae, la reina cretense esposa de Minos que se
enamoró
de un toro y consiguió que Dédalo le construyera un
artefacto
con forma de vaca hueca para seducir al animal escondida en su
interior.
Así concibió al Minotauro, monstruo con cabeza de toro y
cuerpo de hombre. Otro caso mitológico de bestialismo es
el
de Centauro, un ser nacido de de la unión de Ixión con
una
nube fabricada por Zeus con la figura de Hera; pues Xión
estaba
enomarado de ella. Su ayuntamiento con las yeguas de Magnesia dio
como fruto hijos que eran mitad equinos y mitad humanos. Esta
fuera
de toda duda que el bestialismo era practicado por los pastores
sicilianos.
Y si hemos de creer a Heródoto, en Mendes, Egipto, las mujeres
se
dejan montar por machos cabríos, animales asociados al
espíritu
de la vegetación, cumpliendo un antiguo rito.
Banda decorativa de una copa de vino, del taller Nikosthenes (siglo VI
a. de C.) en la que se ven ruidosos y alegres sátiros copulando
entre ellos y con esfinges aladas.
Copa con motivos en color rojo, realizada por el, pintor Dokimasia
(485-480 a. de C.). En ella es posible contemplar con claridad
una de las numerosas posturas que los griegos clásicos
conocían para practicar la actividad heterosexual.
Lámpara de aceite hecha en terracota y hallada en Pompeya, del
siglo I de.C. que representa a Príapo (Museo Arquelógico
de Nápoles)
Estatua de Venus recostada (190 a. de. C), hallada en Colombe, cerca de
Vienne, en Francia, y que se conserva en el Museo del Louvre.
Ceramica griega con motivos rojo vino (500-470 a. de C.) atribuida a
Douris, de claro sentido erótico festivo.
Todas las fotos y los textos están tomados de la
revista MISTERIOS
DE LA ARQUEOLOGÍA Y DEL PASADO.
Año
2 / Núm. 16 1998
Artículo titulado: SEXO EN EL MUNDO CLÁSICO.
Es una revista cuya lectura les recomiendo
Nota: Si los propietarios del texto
y las fotos se sienten
perjudicados,
con esta página solo tienen
que enviarme un mensaje
y lo retiro.
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